Autor: Susana Lladó
Internet es, a mi juicio, la gran ágora (plaza pública) de nuestro tiempo. Como tal, es, formalmente, un espacio abierto, un marco de posibilidades y oportunidades. Y somos todos nosotros los que decidimos, con nuestra participación, con nuestras aportaciones, qué contenido le damos: el fondo.
En ocasiones, se habla de Internet como si fuera un ente abstracto ajeno a nosotros: un organismo vivo que se desarrolla y crece siguiendo las claves de un ADN que no comprendemos del todo, que se nos escapa; una especie de alien con voluntad propia. Es como si olvidáramos que a este ser que habita en el ciberespacio lo alimentamos entre todos, que es nuestra criatura; con la salvedad de que Internet no tiene autonomía propia porque, como mecanismo, es “solo” una herramienta, diseñada por y para el ser humano, por lo que su entidad, con todas las piezas que la integran, depende de cómo la utilicemos. La responsabilidad es nuestra.
En la Antigüedad, el ágora era el punto de encuentro, de reunión y parlamento de los habitantes de las ciudades griegas. No fue fruto de la casualidad que surgieran en lugares en los que se estaba produciendo un rico intercambio cultural: centros engendradores y generadores del pensamiento crítico y antidogmático. Más de dos mil quinientos años después, millones de personas nos damos cita a diario en la mayor plaza del mundo para encontrarnos con el otro, y en una sociedad globalizada y plural. En este encuentro podemos reconocer a los otros como semejantes o diferentes, pero en cualquier caso, el otro siempre representa la alteridad con la que dialogamos de una forma u otra, y en este diálogo nos construimos como sujetos.
Es de suponer que en las ágoras griegas no todo era conocimiento: sabemos que abundaban los sofistas, debía circular información sin analizar ni ordenar, y la frivolidad y las banalidades, incluso los chismorreos, tendrían su público como en toda la historia de la humanidad. En este sentido, el ágora sigue reflejando lo que somos a través de los intereses que manifestamos. Sea cual sea el medio, es la persona la que lo hace existir y decide en qué lo convierte. La diferencias fundamentales, que deben hacernos reflexionar, son la participación (casi) universal, su verdadera democratización y la dimensión de su repercusión.
Hablamos de realidad virtual confundiendo la plataforma con su contenido: lo que vertemos en Internet queda alojado en un espacio virtual, sí, pero los contenidos y sus consecuencias son reales. Tenemos un buen ejemplo de ello en los movimientos sociales, que hasta hace muy poco estaban sectorizados y recientemente han empezado a “vectorizarse” (punto de aplicación, dirección y sentido) mediante el intercambio de información e ideas, el debate y el diálogo con el resto de agentes sociales con los que les une la necesidad de cambios.
Internet, el ágora de nuestro tiempo, nos abre la posibilidad de reformular con los otros preguntas, explorar situaciones y conflictos en busca de nuevas ideas y respuestas, descubrir otras opciones y abrir nuevos espacios de creatividad, de pensamiento y acción. La diversidad puede actuar como un valor social de cohesión si conlleva conocimiento, se aporta con respeto y se crean los mecanismos reguladores que garanticen “las buenas prácticas” en este espacio que es de todos y en el que, como en el ágora griega, acudimos para socializar, comerciar, compartir información e ideas, buscar recursos y conocimiento.
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Susana Lladó - Lladó Comunicación
Licenciada en Filosofía y máster en Publicidad y Marketing. Me dedico, como "freelance", a llevar la comunicación y el marketing digital de empresas.